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Los funcionarios de esa ciudad brasileña antes acosaban a los artistas del graffiti y los muralistas, tratándolos como vándalos. Ahora el gobierno incluso financia esas expresiones artísticas que hacen de la metrópolis una galería al aire libre.1 de junio de 2021SÃO PAULO, Brasil — Cuando Eduardo Kobra comenzó su trabajo artístico pintaba las paredes de São Paulo en las horas cercanas al amanecer con representaciones crudas de la vida urbana, pero siempre trabajaba rápido y estaba muy atento de las patrullas de la policía.Por esa época, en Brasil no se podía ganar dinero como artista del graffiti y los riesgos abundaban. Los transeúntes solían insultarlo, la policía lo detuvo tres veces y acumuló docenas de citaciones por daños a la propiedad pública.“Muchos artistas de ese periodo se cayeron de los edificios y murieron”, recuerda Kobra. “Y hubo peleas muy violentas entre las bandas rivales de grafiteros”.Pero eso es el pasado: muchas cosas han cambiado desde que Kobra llevó su arte a las calles de São Paulo hace dos décadas.Ahora es un muralista aclamado internacionalmente, y São Paulo, la ciudad más grande de América Latina, ha llegado a impulsar, e incluso financia, el trabajo de artistas que las autoridades acosaron y difamaron en el pasado.El artista Eduardo Kobra frente a un mural que pintó en honor a las víctimas de la COVID-19, en São Paulo.El resultado es un auge del arte que utiliza las paredes de los edificios, antes monótonos, como lienzos de gran tamaño. Las decenas de murales recién pintados han suavizado los bordes de una de las megaciudades más caóticas del mundo, salpicando destellos, poesía y comentarios agudos en su horizonte.Esta forma de arte ha prosperado durante la pandemia, ya que los artistas encontraron consuelo e inspiración bajo el cielo abierto durante los meses en que las galerías, los museos y los espacios de actuación estaban cerrados.Muchos de los murales que fueron pintados el año pasado abordan la crisis de salud que ocasionó la muerte de más de 440.000 personas en Brasil, y que profundizó la polarización política.Kobra pintó un gran mural afuera de una iglesia que muestra a niños de diferentes religiones usando mascarillas. El artista Apolo Torres pintó un mural en honor a los repartidores que proveyeron de alimentos a la ciudad de 12 millones de personas cuando estaban en vigor las medidas de cuarentena.Aunque los alcaldes recientes de São Paulo a veces han sido hostiles y ambivalentes con los artistas callejeros, el gobierno actual ha apoyado plenamente la realización de murales.El año pasado, la oficina del alcalde lanzó una plataforma en línea llamada Street Art Museum 360, que cataloga y mapea más de 90 murales que pueden ser apreciados virtualmente por personas de todo el mundo o experimentados al recorrer la ciudad.Es fácil dejarse cautivar por el mural de Mag Magrela, “I Resist”, que muestra a una mujer desnuda arrodillada, con las manos en una pose meditativa y la palabra “presente” garabateada en su pecho.Un mural de Mag MagrelaUna obra de Mauro Neri de una mujer negra mirando hacia el cielo, con los ojos bien abiertos bajo la palabra “Realidad”, es una de las piezas que fueron creadas el año pasado con la intención de resaltar la injusticia racial.“La experiencia de toparse con estas obras de arte hace que la vida de la ciudad sea más humana, más colorida y más democrática”, dijo Alê Youssef, secretario de Cultura de São Paulo. “Es bueno para el alma”.Desde 2017, la ciudad ha gastado alrededor de 1,6 millones de dólares en proyectos de arte callejero.El arte del graffiti despegó en Brasil en la década de 1980 cuando los artistas se inspiraron en la escena del hip-hop y el punk en la ciudad de Nueva York. Fue una búsqueda dominada por hombres e impulsada, en gran medida, por artistas de comunidades marginadas.Los garabatos y bocetos eran una forma de rebelión, dijo Kobra, para las personas que se sentían impotentes e invisibles en la metrópolis, que es el motor económico de Brasil.“Crecí en un mundo lleno de drogas, crimen y discriminación, donde las personas como yo no tenían acceso a la cultura”, dijo Kobra, de 46 años. “Esta fue una manera de protestar, de existir, de difundir mi nombre a través de la ciudad”.La mayoría de los artistas que se hicieron famosos durante la era en la que el arte callejero todavía era una escena clandestina aprendieron observando a sus compañeros en vez de asistir a las universidades, dijo Yara Amaral Gurgel de Barros, de 38 años, quien escribió su tesis de maestría sobre el muralismo en São Paulo.“Aprendieron en las calles, viendo a otros dibujar, estudiando cómo usaban pinceles y rodillos para pintar”, dijo De Barros. “La mayoría son autodidactas y han transmitido sus habilidades de persona a persona”.Kleber Pagu, un muralista, bajando la pintura de un tejado para un nuevo mural en São Paulo.En la década de 1990, la proliferación del arte callejero se sumó a un paisaje desordenado y visualmente abrumador. Durante años, São Paulo tuvo pocas regulaciones para la publicidad exterior, dejando gran parte de la ciudad, incluidos muchos edificios con al menos un lado sin ventanas, envuelto en vallas publicitarias.En 2006, los legisladores de la ciudad concluyeron que la ciudad estaba inundada de contaminación visual y aprobaron una ley que prohíbe los anuncios grandes y llamativos al aire libre.A medida que se retiraron las vallas publicitarias, los muralistas comenzaron a tratar la repentina abundancia de paredes desnudas como invitaciones a pintar, primero sin permiso y luego con la aprobación del gobierno de la ciudad.Esos gigantescos espacios en blanco fueron una suerte de lienzos fascinantes y atractivos para Mundano, un conocido muralista y grafitero de São Paulo que dijo que las obras de arte exhibidas en galerías y colecciones privadas nunca le habían llamado la atención.“Siempre me sentí incómodo con el arte convencional porque era principalmente para las élites”, dijo Mundano, quien solo usa su nombre artístico. “En la década de 2000 salí a las calles con la intención de democratizar el arte”.Las paredes monótonas de los edificios se han convertido en lienzos de gran tamaño. En la foto se muestra “Trabajadores de Brumadinho”, una obra del artista Mundano.En 2014, Mundano comenzó a pintar los carros gastados y monótonos de los recolectores de basura reciclable, convirtiéndolos en exhibiciones coloridas e itinerantes. La iniciativa, a la que denominó “pimp my cart”, llenó de orgullo a los trabajadores. Más tarde, el artista creó una aplicación de teléfono que permite a las personas comunicarse con los recolectores de basura cercanos.“Siempre quise que mi arte fuera útil”, dijo Mundano. “El arte puede abordar los problemas más cruciales de Brasil”.Uno de ellos, según Mundano, es la tendencia de muchos brasileños a olvidar los momentos de trauma, un fenómeno que se encuentra en el corazón de su trabajo como muralista.“Brasil es un país sin memoria, donde la gente tiende a olvidar incluso nuestra historia reciente”, dijo Mundano, frente a uno de sus grandes murales ubicado en una concurrida intersección del centro. “Necesitamos crear monumentos para los momentos que nos marcaron como nación”.El mural “Trabajadores de Brumadinho” es un homenaje a los 270 trabajadores asesinados en enero de 2019 en un sitio minero en el estado de Minas Gerais, cuando estalló una presa llena de fango y lodo.Un primer plano del mural de Mundano, cuya pintura fue hecha con barro del desastre de la presa Brumadinho.Mundano viajó al lugar del accidente en la localidad de Brumadinho, donde recogió más de 250 kilos de lodo y sedimentos, que utilizó para pintar el mural.La obra es una réplica de una pintura icónica de 1933 de Tarsila do Amaral, una de las pintoras más reconocidas de Brasil, y muestra varias filas de trabajadores, cuyos rostros reflejan la diversidad de Brasil, luciendo cansados ​​y abatidos.Mundano dijo que decidió replicar la pintura de Do Amaral como una manera de subrayar lo poco que han cambiado las cosas en casi un siglo.“Siguen oprimidos por las industrias”, dijo.La muralista Hanna Lucatelli Santos también se inspira en temas sociales y dice que se sintió llamada a representar cómo las mujeres muestran su fuerza.Hace años descubrió el poder único de los murales, incluso a pequeña escala, cuando dibujó una imagen de lo que ella define como una mujer “fuerte, pero delicada” en su propia casa. De repente, las relaciones en el hogar se volvieron más armoniosas y la energía más positiva, dijo.Hanna Lucatelli Santos dijo que sus murales de mujeres fuertes pueden “equilibrar la energía de la calle, que tiende a ser tan masculina”.“Eso hizo que nos tratáramos de una forma más amable”, dijo Santos.Santos, de 30 años, ha tratado de replicar ese efecto a mayor escala pintando murales de mujeres que miran la ciudad abarrotada con un aspecto sereno y místico. Sus creaciones también son una refutación a la forma en que las mujeres a menudo son retratadas en la publicidad brasileña y en el arte creado por los hombres.“Ves mujeres pintadas por hombres que tienen cuerpos artificiales, están totalmente sexualizadas”, dijo. “Esas figuras hicieron mucho más para oprimirme que para liberarme”.Uno de sus trabajos recientes, un par de murales ubicados en unas paredes adyacentes, muestran a la misma mujer de frente y de espaldas. La imagen frontal incluye la frase: “¿Te has dado cuenta de que somos infinitos?”, y el otro lado muestra a la misma mujer cargando a un bebé en su espalda y sosteniendo la mano de un niño pequeño.“Quería que la gente se cuestionara cómo la sociedad ve a las madres”, dijo. “Y sé que una mujer de ese tamaño, una mujer mística, tiene el poder de cambiar el entorno debajo de ella, de equilibrar la energía de la calle, que tiende a ser tan masculina”.Un mural de la artista Soberana Ziza en el centro de la ciudad.Lis Moriconi colaboró en este reportaje desde Río de Janeiro.Ernesto Londoño es el jefe de la corresponsalía de Brasil, con sede en Río de Janeiro. Antes formó parte del Comité Editorial y, antes de unirse a The New York Times, era reportero en The Washington Post. @londonoe More

Officials in São Paulo, Brazil, once hounded graffiti artists and muralists, treating them as vandals. Now the city champions, and even funds, their art, and it’s everywhere and supersized.May 30, 2021SÃO PAULO, Brazil — When Eduardo Kobra started out as an artist, he was tagging walls in São Paulo in the pre-dawn hours with gritty depictions of urban life, always working fast and always on the lookout for police cars.At the time, there was no money to be made as a graffiti artist in Brazil, and the risks abounded. Passers-by routinely cursed at him, cops took him into custody three times, and he racked up dozens of citations for defacing public property.“Many artists in that period fell from buildings and died,” Mr. Kobra recalled. “And there were very violent fights among rival bands of graffiti artists.”That is a bygone era: Much has changed since Mr. Kobra first took his art to the streets of São Paulo two decades ago.He is now an internationally acclaimed muralist, and São Paulo, Latin America’s largest city, has come to embrace — and even fund — the work of artists the authorities once hounded and maligned.The artist Eduardo Kobra in front of a mural he painted to honor the victims of Covid-19 in São Paulo.The result is a boom of art using the formerly drab walls of buildings as supersized canvases. The scores of freshly painted murals have softened the edges of one of the world’s most chaotic megacities, splashing flare, poetry and pointed commentary on its skyline.The art form has thrived during the pandemic, as artists found solace and inspiration under the open sky during months when galleries, museums and performance spaces were shuttered.Many of the murals painted in the past year have touched on the health crisis, which has killed more than 440,000 people in Brazil and deepened political polarization.Mr. Kobra painted a large mural outside a church showing children of different religions wearing masks. The artist Apolo Torres painted a mural honoring the enormous army of delivery workers who kept the city of 12 million fed when quarantine measures were in effect.While recent São Paulo mayors were at turns hostile and ambivalent toward street artists, the current administration has fully supported mural-making.Last year the mayor’s office launched an online platform called Street Art Museum 360, which catalogs and maps more than 90 murals that can be perused virtually by people around the world or experienced on an in-person exploration of the city.It’s easy to be captivated by Mag Magrela’s mural, “I Resist,” which features a nude woman kneeling, her hands in a meditative pose and the word “present” scrawled on her chest. A mural by Mag Magrela.A mural by Mauro Neri of a Black woman looking toward the sky, with her bright eyes wide open under the word “Reality,” is among several works created last year with the intent of highlighting racial injustice.“The experience of running into these works of art makes city life more humane, more colorful and more democratic,” said Alê Youssef, São Paulo’s culture secretary. “It’s good for the soul.”Since 2017, the city has spent about $1.6 million on street art projects. Graffiti art took off in Brazil in the 1980s as artists drew inspiration from the hip-hop and punk scenes in New York City. It was a male-dominated pursuit fueled largely by artists from marginalized communities.The scrawlings and sketches were a form of rebellion, Mr. Kobra said, by people who felt powerless and invisible in the teeming metropolis, which is Brazil’s economic engine.“I was raised in a world full of drugs, crime and discrimination, where people like me didn’t have access to culture,” said Mr. Kobra, 46. “This was a way of protesting, of existing, of spreading my name across the city.”Most of the artists who became prominent during the era when street art was still an underground scene got their training by observing peers rather than by attending universities, said Yara Amaral Gurgel De Barros, 38, who wrote a master’s thesis on muralism in São Paulo.“They learned in the streets, watching others sketch, studying how they used brushes and paint rollers,” Ms. De Barros said. “Most are self-taught, and they’ve passed on their skills person-to-person.”Kleber Pagu, a mural artist, lowering paint from a rooftop for a new mural in São Paulo.By the 1990s, the proliferation of street art added to a cluttered and visually overwhelming landscape. For years, São Paulo had few regulations for outdoor advertising, leaving much of the city — including many buildings with at least one windowless side — draped in billboards.In 2006 city lawmakers concluded that the city was awash in visual pollution and passed a law banning large, flashy outdoor ads.As billboards were taken down, muralists began treating the sudden abundance of bare walls as invitations to paint, first without permission and later with the city’s blessing.Those giant blank spaces were enthralling and enticing for Mundano, a well-known São Paulo muralist and graffiti artist who said the artwork displayed in galleries and private collections had never spoken to him.“I always felt uncomfortable with conventional art because it was mainly for the elites,” said Mundano, who uses only his artistic name. “In the 2000s I took to the streets with the intention of democratizing art.”The drab walls of buildings have become supersized canvases. Pictured is “Workers of Brumadinho” by the artist Mundano.In 2014, Mundano began painting the beat-up, drab carts of recyclable trash collectors, turning them into colorful, roving exhibits. The initiative, which he dubbed “pimp my cart,” filled the workers with pride. The artist later created a phone app that allows people to contact nearby trash collectors.“I’ve always wanted my art to be useful,” Mundano said. “Art can tackle the crucial problems in Brazil.”One of those, in Mundano’s view, is the tendency of many Brazilians to forget moments of trauma — a phenomenon at the heart of his work as a muralist.“Brazil is a country without memory, where people tend to forget even our recent history,” Mundano said, standing in front of one of his large murals at a busy downtown intersection. “We need to create monuments to the moments that marked us as a nation.”The mural “Workers of Brumadinho” is a homage to the 270 workers killed in January 2019 at a mining site in the state of Minas Gerais when a dam holding back sludge burst.A close-up of the Mundano mural, the paint for which was made with mud from the site of the Brumadinho dam disaster.Mundano traveled to the site of the accident in the town of Brumadinho, where he collected more than 550 pounds of mud and sludge, which he used to make paint for the mural. The mural, a replica of an iconic painting from 1933 by Tarsila do Amaral, one of Brazil’s most renowned painters, shows rows of workers, whose faces reflect Brazil’s diversity, looking tired and glum. Mundano said he decided to replicate the earlier painting as a way to underscore how little has changed in nearly a century.“They remain oppressed by industries,” he said.The muralist Hanna Lucatelli Santos is also animated by social themes, saying she felt called to depict how women show their strength.She discovered the unique power of even small-scale murals years ago when she drew an image of what she called a “strong, but delicate” woman in her living room. Suddenly, relationships in the household became more harmonious and the energy more positive, she said.Hanna Lucatelli Santos said her murals of strong women can “balance out the energy of the street, which tends to be so masculine.”“It sparked a more gentle way of treating each other,” Ms. Santos said.Ms. Santos, 30, has sought to replicate that effect on a larger scale by painting murals of women who stare down on the crowded city looking serene and mystical. Her creations are also a rebuttal to the way women are often portrayed in Brazilian advertising and art created by men.“You see women painted by men who have artificial bodies, are totally sexualized,” she said. “Those figures did more to oppress me than liberate me.”One of her recent works, a pair of murals on adjacent walls, shows the same woman from the front and back. The frontal image includes the words “Have you realized we are infinite?” The other side shows the woman carrying a baby on her back and holding the hand of a toddler.“I wanted to make people question how society looks at mothers,” she said. “And I know that a woman that size, a mystical woman, has the power to change the environment below her, to balance out the energy of the street, which tends to be so masculine.”A mural by the artist Soberana Ziza in the city’s downtown.Lis Moriconi contributed reporting from Rio de Janeiro. More